Capítulo 24:
Él negó divertido con la cabeza.
—Llévenselo a una celda individual, está demasiado joven como
para meterlo con los grandes.
—Gracias sargento, es usted muy considerado.
—No me subestimes jovencito —me aclaró —Ahora llévenselo.
Me empujaron un poco hasta tirarme dentro de una celda que
contenía una cama, y a un costado un baño.
Miré a mi alrededor y maldije por lo bajo. Otra vez caí en
este agujero, y esta vez necesitaba de un milagro para poder salir de aquí. Me
senté en la cama y trate de calmarme, poniéndome como loco no voy a lograr
nada.
Las horas comenzaron a pasar, y se me hacían interminables.
Me puse a pensar cuantos años eras lo que podía llegar a pasar en un lugar como
este, y juro que llegué a desesperarme.
—Fernández, tienes vistas —me dijeron. Levanté la cabeza y vi
como mis dos amigos se acercaban.
— ¿Qué hiciste Dani? —preguntó Carlos.
—Tenía que hacerlo —le dije.
—Pero ¿Acaso no te pusiste a pensar en las consecuencias?
—dijo Blas. Los miré.
— ¡No, maldita sea! —rugí, y me puse de pie —¡Ese maldito
infeliz me buscó, y me encontró!
—Ese no es el problema ahora Dani—me dijo Louis —El problema
ahora es que tendrás un juicio y una sentencia. Gango, puede hundirte.
—Pues que lo haga, no me interesa…
—Ambos sabemos que si te importa Dani—dijo el castaño.
—Sí, tienes razón —dije soltando un suspiro.
—Nosotros haremos todo lo que podamos, no estás solo en esto.
Debo decirte que tu prima esta como loca buscando un buen abogado. La condenada
de verdad te quiere —me contó Blas.
—Mi primita, y yo que quería devolverla por donde vino —dije
nostálgico.
—Y otra que está que trepa las paredes es… Abril.
— ¿Abril?
—pregunté.
—Sí —asintió Blas—Le dijeron que habías golpeado a Gango, que
él estaba en el hospital y tú que estabas preso, y lo primero que hizo fue
preguntar por ti.
—Mi Anne… —musité.
Era por ella que yo estaba aquí adentro, pero juro que no
estaba arrepentido. Y juro que todas las cosas que le dije a Gango, fueron
cosas que me salieron del alma. Cosas que deseo, cosas que imagino. Abril Brooks
está metida en mi cabeza de una forma que no puedo describir. La noche se me
pasó lenta en aquel lugar. No pude dormir pensando en todo lo que podía pasar
si no salía de aquí. De verdad tuve que haberme controlado… pero él, él me saco
de quicio. Además, ¿Cómo logró saber todo eso? Alguien estuvo hablándole a
aquel infeliz de mi vida. Al día siguiente los guardias me dieron de desayunar
y me dieron la noticia de que tenía una visita.
Vi como ella entraba con cuidado y con algo de asco miraba a
su alrededor.
— ¿Mary? ¿Qué haces aquí? —le pregunté. Ella se acercó más a
la celda.
—No sabes lo preocupada que he estado por ti —me dijo ella.
—No hacía falta que vinieras Mary —dije mientras me ponía de
pie.
—A pesar de que quieras darme celos con la odiosa de Brooks,
yo estoy aquí… Y hablando de ella, ¿Dónde está? ¿No era que tenían algo?
—Sí, sí lo tienen teñida —escuché la voz de María. Ambos nos
giramos a verla, no estaba sola. Abril venía a su lado —Vamos Mary, ellos tienen
que hablar de sus cosas… o hacer cosas ¿me entiendes verdad?
—No vas a pedirme que me vaya por ella, ¿verdad? —me preguntó
la rubia.
Miré a Abril y luego a María. Volví mi vista a María.
—Va a ser mejor que te vayas Mary, este no es lugar para ti
—le dije lo más amable que pude.
—Eres un mal agradecido —me dijo indignada y comenzó a
caminar.
—Sí, sí lo es —le dijo María mientras caminaba detrás de
ella.
Fijé mi vista en Abril. Ella solo se acercó un poco más.
—Solo vine a decirte que ya tenemos la forma de sacarte de
aquí —me habló distante.
—¿Estás segura? ¿O también viniste a la visita higiénica? Ya
me toca…
—Ni siquiera cuando estas a punto de terminar preso por unos
cuantos años dejas de ser idiota, ¿verdad?
—Sé que te preocupaste más por mí, que por Gango—le dije
serio.
—No vine a hacer sociales contigo —sentenció. Al parecer de
verdad estaba enojada —Para eso tienes a otras… solo vine para decirte que esta
tarde será tu juicio y declararé a tu favor. Lo único que tienes que hacer es
guardar silencio y confirmar todo lo que yo digo.
Comenzó a caminar, entonces me acerqué más a los barrotes.
— ¿Por qué lo haces? —le pregunté. Se giró a verme.
—Por tu prima —me respondió.
— ¿Estás completamente segura de eso? —le dije. Me miró —Por
favor, acércate —le pedí. Me miró con duda y se acercó. Con cuidado tomé sus
manos. Ella miró la unión de nuestras ellas y luego volvió la vista a mí
—Muchas gracias.
— ¿Por qué? —me preguntó.
—Por querer ayudarme —respondí —Aunque sea por mi prima.
—Yo sé lo mucho que ella te quiere —dijo sin mirarme a los
ojos.
Entonces con cuidado solté sus manos para tomar su rostro. Me
miró sorprendida.
— ¿Qué haces? —preguntó nerviosa.
—Shh —le dije y despacio la acerqué más al pequeño espacio
que había entre los barrotes.
Acaricié su mejilla —Déjame besarte —le rogué en un susurro.
—No —negó efusivamente mientras ponía las manos sobre las
mías e intentaba alejarse.
—Por favor Abril, déjame hacerlo, te lo estoy rogando. Además
es mi manera de pagarte lo que estás haciendo por mí —dije mientras mi mirada
estaba clavaba en sus ojos.
—Yo no quiero nada de ti —aseguró.
— Abril, ¿Por qué me haces esto?
—Yo no te hago nada Dani, tú eres el que hace mal las cosas
—dijo.
—Por favor, déjame hacerlo. Lo necesito —le pedí. Ella volvió
a negar pero no se alejó, sus manos apretaron un poco más mías que estaban
sujetando su bello rostro —Cierra los ojos...
—No… tú cierra los ojos —dijo ella.
—Siempre lo hago cuando te beso —le confesé.
Sonreí levemente, para luego acercarme más al tiempo que mis
ojos se cerraban. No iba a ser violento, ni pasional en este beso... quería ser
¿tierno? Rocé sus suaves labios con cuidado, separándolos un poco.
—Creo que ayer fuiste muy claro cuando me dijiste que yo te
hacía más mal que bien. Bueno, lo entendí, me quedó claro. Yo quise establecer
una relación amistosa, pero al parecer eso no cuadra contigo. Y bueno así lo
quieres así será —se alejó de mi agarre. La miré algo sorprendido
—Tú ahí y yo aquí…
—Abril…
—Ya me cansé de intentarlo Dani, eres… tan cínico, no lo
comprendes. Yo no soy como Mary Bynes, y además pienso que acostarse con
alguien que apenas conoces es… aborrecible.
— ¿Y si me conocieras más? —le pregunté.
—Tampoco —me dijo.
Suspiré levemente.
—Entonces, ¿así son las cosas? —dije.
— ¿Qué te parece si lo discutimos cuando salgas? —preguntó.
— ¿Por qué no ahora?
—Porque no se me da la gana, y no puedes hacer nada al
respecto. Estas encerrado. —Me guiñó un ojo y comenzó a caminar para alejarse.
—LOCO, ¿SABES? ¡QUIERES VOLVERME LOCO! —le grité bien fuerte
para que me escuchara. Suspiré y me acosté en aquella pequeña cama. Escuché que
alguien corría hacia mi celda.
Levanté la cabeza y la miré.
—Lo siento, se me olvidó —dijo. Una caja cayó sobre mi cuerpo.
La tomé y eran cigarrillos. Volví mi vista a ella. Sonrió levemente —Solo fuma,
si ya has desayunado… Ahora si, adiós —se despidió y se fue.
Me senté en la cama y miré la caja entre mis manos. No la
comprendo, ¡Me es imposible! Si ella solo fuera un poco más clara conmigo, yo
no estaría tan confundido.
Las horas comenzaron a pasar, hasta que uno de los guardias
entró y me dio un traje que me había mandado mi prima.
Faltaba media hora para que el juicio comenzara. Me cambie y
me senté a esperar a que vinieran por mí.
—Vamos Fernández, ya es hora —me habló el sargento.
Me puse de pie y abrieron la celda.
— ¿Cree que salga sargento? —le pregunté.
Él sonrió por lo bajo y me hizo caminar un poco para entrar a
una oficina.
—Pues la veo un poco difícil hijo, pero no imposible.
—Cualquier cosa, si llego a quedarme… le aseguró que vamos a
llevarnos bien —dije algo divertido.
—Ya lo creo Fernández, ya lo creo —palmeó mi hombro.
Me pusieron las esposas, como si fuera un criminal de primera
clase. Este país siempre está al revés, los verdaderos maleantes andan sueltos,
mientras que la gente honesta y buena se pudre dentro de esas cárceles.
De verdad deseo con todo mi corazón salir de esto, y juro que
voy a comportarme. Juro que no volveré a ser impulsivo.
Comenzaron a caminar conmigo y más rápido de lo que pensé
llegamos al juzgado. Una puerta de madera se abrió y me empujaron levemente
para que entrara.
Todo el mundo se puso de pie, ya que el juez a cargo de la
causa entraba por la otra puerta. Divisé a mi prima y a Abril sentadas al lado
de Mike, mi abogado. Mi fiel abogado. Quizás mi padre se haya apiadado y lo
haya contactado.
Del otro lado, divisé a Gango, sentado al lado de su abogado.
Sonreí para mis adentros al ver el estado en el que estaba. La felicidad que
recorrió mi cuerpo fue muy gratificante. Eso significaba que yo no había pasado
una noche dentro de esta cárcel en vano.
Sentados detrás estaban Carlos y Blas, los miré a ambos y los
dos sonrieron contentos.
Algo me decía que yo ya estaba salvado.
—Comencemos —dijo el juez.
Me sentaron al lado de mi abogado y al instante mi prima me
abrazó. No pude devolverle el gesto pues tenía las esposas en las manos
—El acusado, es el señor Daniel Fernández Delgado de 18 años
de edad, por atentado físico al señor Álvaro García Gango, que es el
demandante. Pido a los abogados que se acerquen al estrado…
Nuestros abogados se levantaron y se saludaron con una
apretada de manos. Volvieron su vista al juez, dijeron algo en voz baja y Mike
se volvió a sentar. Me quitaron las esposas.
— ¿Crees que salga? —le pregunté en voz baja.
—Si creen todo lo que dirá la señorita Brooks, lo más
probable es que sí —me contestó.
— ¿Y qué es lo que va a decir? —dije intrigado.
—Ya lo veraz —dijo Mike con una leve sonrisa.
Giré mi cabeza para mirar a Abril. Su mirada se cruzó con la
mía, pero al instante la apartó. Ella no solo es mi perdición, sino que ahora
también le voy a deber la libertad.
¡Esto es increíble!
—Llamo a declarar al señor Álvaro García—habló su abogado.
Este se puso de pie, y un poco rengo se acercó al estrado. Se
sentó y un hombre con un libro se acercó a él.
—Jura decir la verdad, y nada más que la verdad —dijo él
hombre.
—Sí, juro —dijo Gango y apoyó la mano sobre el libro.
—Señor Gango, ¿Hace cuanto que conoce al señor Fernández? —le
preguntó.
—De nombre hará un año —dijo él y me miró —Así como persona,
un mes aproximadamente.
— ¿Tenían una buena relación?
—Ni buena ni mala, apenas trataba con él.
—Mal nacido —musité.
— ¿Qué pasó ayer por la tarde? —le preguntó su abogado.
—Yo estaba caminando por el jardín de la Universidad,
entonces divisé a Dani… me acerque a él y lo saludé amablemente —dijo aquel
infeliz —Entonces, comenzó a insultarme, a decirme cosas sobre... – se detuvo y
miró a Abril – No importa... y luego me golpeó.
—¡Eso no fue así, infeliz! —rugí poniéndome de pie.
—Señor Fernández, le voy a pedir que guarde silencio —me
advirtió el juez.
Soltando un gruñido me senté en mi lugar.
—¿Entonces usted asegura que el señor Fernández lo atacó sin
motivo alguno? —le dijo el abogado.
—Sin ningún motivo —aseguró el perro desgraciado.