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The story

Estas dos historias no son mías, las encontré por casualidad por facebook y me han encantado. Así que he decidido publicarlas para que todas podáis disfrutar de estas fantásticas novelas tanto como yo. No se quien las ha escrito pero son maravillosa. Espero que os gusten.


Gracias por leer.

domingo, 2 de febrero de 2014

Story of my life - Capítulo 19


Capítulo 19:



Tres días pasaron como si nada. Y para María, Álvaro estaba cada vez más alejado de ella. Ahora apenas compartían un: Buen día. 

Él la evitaba a toda costa. Y ella se sentía cada vez peor. No solo por eso, sino que la culpa la carcomía. Su voz había mejorado gracias a Marta. 


Volvió a darle un sorbo a la asquerosa infusión que la madre de Álvaro le había estado dando en los últimos dos
 días. Ya se había acostumbrado al mal sabor. 

Matt entró a la cocina y se sentó junto a ella. Ya no peleaban, y su mejor amigo le había pedido perdón por haberse comportado como un niño.


—¿Quieres ir a pasear por ahí, Maria? —le preguntó él.
—No lo sé, Mattie —suspiró ella —No estoy de ánimos. 


La puerta se abrió y él entró. Los saludó por lo bajo y se acercó al fregadero para buscar un poco de agua. Tan pronto como entró, se fue. Y a María el corazón se le encogió. Odiaba estar así con él. Simplemente lo odiaba.


—¿Sigue enojado? —inquirió Matt.
—Si —suspiró ella y apoyó su taza sobre la mesa —Odio que esté así…
—Entiéndelo, María, heriste su orgullo…
—Yo no herí su orgullo —dijo frunciendo el ceño —Solo estaba enojada…
—Celosa —la corrigió él. Ella lo miró entrecerrando los ojos.
—Lo que sea —volvió a hablar —No quiero que esté así conmigo.
—¿Qué te parece si haces algo? No sé… una carta, una fiesta, lo que sea.
—No, esas cosas no sirven con él. Es terco como una mula.
—Entonces quédate sentada y espera a que se le pase el enojo. No creo que esté así por el resto de su vida.


Alguien volvió a entrar a la cocina. Ambos se giraron a verlo.


—Buenos días, Alex —le sonrió la morena.
—Buenos días a ambos —dijo el rubio y se acercó al refrigerador para sacar un poco de leche.
—¿Cómo te sientes? —le preguntó Matt.
—Mucho mejor, por suerte —contestó mientras se servía un poco en un vaso —Ya no siento tanto dolor, y el médico dijo que dentro de poco podré volver a mis actividades normales.
—Tengo algo para ti —dijo María.


El rubio frunció el ceño y la miró extrañado.


—Es una carta de Sara —murmuró Matt.


Al instante Alex se acercó a María y por poco y le arrebató de las manos el sobre blanco. Comenzó a abrirla casi desesperado pero se detuvo al ver que aun estaba en presencia de María y Matt. Carraspeó un poco.


—Voy… voy a ir a leerla a otro lado.
—¿Por qué? —preguntó Matt decepcionado —Queremos saber que te dice.
—¡Matt! —lo retó ella y golpeó levemente su hombro —No es de nuestra incumbencia lo que diga esa carta —miró a Alex—Ve tranquilo, Alex… pero recuerda que todavía no puedes verla. No después de que su padre vino a buscarla hasta aquí.
—Lo entiendo —murmuró este sin dejar de mirar la carta.
—Si le quieres responder nos dices y nosotros le alcanzaremos la carta a la pequeña…
—¿De verdad? —inquirió sorprendido.
—Si —sonrió María —No te lo había dicho pero ahora voy seguido a la casa de Sara a darle clases de piano —le guiñó un ojo —Empezamos justo ayer… hoy tengo que ir de nuevo. Así que si quieres que le lleve algo, apúrate.


Salió de la cocina hecho una flecha. Ambos amigos rieron y soltaron un suspiro. Les encantaba hacer de cupidos. Siendo más jóvenes, se encargaban de juntar parejas en la preparatoria y siempre todo salía bien.


María volvió a tomar un poco de su té y miró la hora en el reloj. Casi se ahoga al ver que se le había hecho hiper tarde. 


—¿Qué pasó? —preguntó Matt.
—Se me hizo tarde… tengo que irme ya hacia lo de los Montoya —se puso de pie y acomodó un poco el lío que había quedado —Dile a Alex que mañana le llevaré la carta a Sara. Ahora no tengo nada de tiempo.
—¿No quieres que te acompañe? —le preguntó él.


María le dedicó una tierna sonrisa.


—No, cariño. Puedes ir a darte ese baño de sales que tanto quieres…
—Odio que me conozcas tanto —aseguró él.


Ella tomó sus cosas y salió por la puerta de la cocina. Susurrando una vieja canción de cuna llegó hasta las caballerizas. Ingresó y divisó a su caballo blanco. 


—White —lo llamó. Al instante el animal se giró a verla y se acercó a ella. Con una gran sonrisa la morena lo acarició y besó su hocico —¿Vamos a casa de Estrella? —él relinchó contento. Ella rió — a ver al bonito de Apolo, cada día se parece más a ti. 


Se subió a él y le dio la indicación para empezar a galopar. La tarde estaba perfecta para salir a montar. No hacía ni frío, ni calor. Pero un par de nubes se asomaban por el oeste. 


‘Tormenta’ —pensó María.


Si había algo que ella siempre había odiado eran las tormentas. Le daban miedo. Era raro de explicar. Pero un miedo que le nacía en lo más profundo de su alma. Y cuando era niña las sufría constantemente, ya que en el campo eran bastante comunes. 


Pero siempre había estado él para cuidarla. Álvaro había sido su súper héroe enmascarado, sin mascara claro. Siempre le hacía ver todo del lado bueno, y se quedaba a su lado hasta que los infernales truenos y relámpagos terminaran.


Sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas. Si tan solo él la escuchara, podrían volver a esa infancia feliz sin ningún problema. Pero Álvaro Gango estaba empecinado en no hablarle. ¡Maldito testarudo! Había algo en él que ella quería alcanzar. No sabía qué. Miró su mano y vio el pequeño anillo que él le había regalado el día de su cumpleaños número 12, antes de que se marchara. Si, aun lo tenía. Guardado claro, pero lo tenía. Y hoy a la mañana lo había buscado en su joyero y allí estaba. Ya no le entraba en su dedo medio, pero si en el índice. Tal vez si ella le mostraba que también tenía guardado el regalo de él, la perdonaría de una vez por todas.


Se detuvo justo frente al establo de los Montoya. Allí estaban Estrella y el pequeño Apolo. Al instante White se acercó a ellos. 


—Te dejo con tu familia, White. Vendré por ti en dos horas —le dijo. 


Giró con intención de dirigirse a la casa, pero se sobresaltó ante la repentina aparición de un hombre allí. Lo miró bien hasta reconocerlo.


—Hola, María—sonrió soberbiamente.


Ella se tensó. Jamás le había gustado tratar con él o con su hermano. Y al parecer las cosas no habían cambiado porque ahora tampoco le gustaba.


—¿Qué tal, Federico? —le preguntó solo por amabilidad. 


Comenzó a caminar hacia la casa y justo cuando estaba por pasar a su lado, él se puso en su camino impidiéndole el paso. Ella se tensó aun más.


—Así que… ahora eres profesora de piano de mi hermana.
—Si, así es —asintió fríamente —Ahora, si eres tan amable de dejarme pasar. Se me hace tarde y ella me está esperando. 


Volvió a intentar pasar, pero Federico no se movió. Ella lo enfrentó con la mirada, no dejándose intimidar.
 Federico era un hombre atlético, hasta podría decirse que era algo atractivo. Tenía rasgos endurecidos y su mirada era de un raro color azul. Pero María no lo encontraba lindo, de ninguna forma en la que lo viera. 

—Tengo una gran duda, Mery…
—Soy María —lo miró mal —Para ti soy María.
—Lo siento —sonrió divertido —Mi duda es, ¿Por qué volviste?
—Ese no es asunto tuyo —intentó pasar, pero chocó de nuevo con él. Y si, ya se estaba cansando de él.
—Estás muy linda, Mery.


Ella respiró profundamente tratando de estar calmada. Pero su paciencia iba a llegar al límite y eso no iba a ser nada bueno. 


—Federico, me estás cansando…


Él estiró su mano y le acarició un brazo. Ella retrocedió al instante, mirándolo ya algo perturbada. 


—Vuelvo a repetírtelo, María. Estás muy linda —se acercó un paso a ella.


Por instinto la morena comenzó a retroceder. 


—Si… si te sigues acercando voy a gritar, Federico —le advirtió.


Una macabra sonrisa se curvó en su rostro. Y de repente el miedo invadió a la morena. Le dio la orden a sus pies de que corrieran, pero estos no obedecieron.


—Un beso no le hace mal a nadie —dijo él.


Ella abrió bien los ojos.


—¡No te me acerques! 


Entonces sus piernas reaccionaron, pero cuando intentó correr él la tomó de un brazo y la pegó a su cuerpo. María comenzó a forcejear con él. Y si, el muy maldito era el doble de ella, pero aun así presentaría batalla. Ningún mal nacido iba a propasarse con ella, ninguno. 


—Tranquila —murmuró él.
—¡Suéltame! —gritó ella —¡Ayuda!
—Nadie va a escucharte, Mery. Todos están muy ocupados hoy —se acercó más a ella.


María echó la cabeza hacia atrás, para impedir que él la besara. Tenía asco, demasiado asco de ese hombre. Y él olía a alcohol, lo más segura era que estuviera borracho. Volvió a forcejear y comenzó a golpearlo en el pecho.


—Por favor, Federico, me estás lastimando —le rogó ella.


La fuerza que estaba ejerciendo su mano sobre su brazo era demasiada. Y María comenzó a creer que si él seguía en cualquier momento iba a quebrarse.


—¿Qué crees que va a pasar, eh? —preguntó él y su boca tocó su mejilla. María cerró los ojos aguantando el miedo. Quiso largarse a llorar allí mismo —¿Crees que va a venir el imbécil de Álvaro en tu ayuda? Cuando éramos niños él siempre estaba tu alrededor. Pero ahora ya no, Mery, ya no.


Y de repente se alejó de ella en un respiro. María abrió los ojos para ver lo que pasaba. Y allí estaba Álvaro. En ese mismo momento le dio un puñetazo a Federico en el rostro, haciéndolo caer al suelo. Ella se llevó una mano a la boca, y solo pudo quedarse allí parada.


Álvaro estaba completamente sacado. Había estado observando todo, ya que había estado siguiendo a María. Desde que ella había informado que iría todos los días a la casa de los Montoya, él se había comprometido con si mismo a seguirla para asegurarse de que llegaría bien. Y lo mismo haría con la vuelta. Él sabía, el presentía que aquel maldito infeliz sería capaz de una cosa así. 


Se acercó a él y le proporcionó una patada en una de sus costillas.


—¡Tolero que robes nuestro ganado! —le gritó y volvió a golpearlo. Lo tomó de la nuca y lo puso de pie —¡Tolero que intentes quemar nuestras cosechas! —otro golpe más. La furia corría por sus venas —¡Tolero que intentes matar a mi primo, que no respetes a mi gente! —se acercó a él y lo tomó de la ropa acercándolo —Pero no voy a soportar que le toques un pelo a ella, ¿entiendes eso, imbécil? —lo soltó y volvió a golpearlo.

—¡Ya, Álvaro, ya basta! —escuchó que ella decía y pronto unos delgados brazos lo rodearon por detrás. La respiración de Álvaro salía agitada de su cuerpo, mientras observaba a Federico tirado en el suelo, agarrándose el rostro —Vamos, Álvaro, por favor llévame a casa…

Él giró y su corazón se encogió al ver el miedo en sus achocolatados ojos. Ese infeliz debería morir por haberle causado aquello, claro que si. La acercó a él y le besó la frente.

—Tranquila, ya pasó —musitó cerca del nacimiento de sus cabellos.


María escondió el rostro cerca de su pecho y se quedó allí. Estaba segura de que no había lugar más seguro que ese. 


—Por favor, vayámonos de aquí —le pidió.


Él asintió y comenzó a caminar sin dejar de abrazarla.


—¡Eres un maldito infeliz, Gango! —le gritó Federico. 


Álvaro lo miró sobre su hombro. El bastardo se estaba poniendo de pie. Su nariz sangraba y pronto tendría un ojo morado. 


—¡Vuelve a intentarlo, Montoya, no saldrás vivo la próxima vez! —le advirtió. 


Sintió que María se tensaba contra él. La abrazó un poco más y volvió la vista al frente mientras se dirigían a su caballo. 


Caminaron en silencio, simplemente abrazados. Ella aun estaba alterada, se notaba por los leves temblores que daba su cuerpo. Jamás había pasado por algo como aquello. Y definitivamente no quería volver a pasarlo.


Entonces comenzó a pensar. ¿En qué momento llegó Álvaro para socorrerla? Se alejó un poco de él y levantó la mirada. Él miraba fijamente al frente.


— Álvaro —lo llamó. Él alzó ambas cejas en forma de pregunta —¿Cómo sabías que yo estaba…?
—Te seguí —contestó simplemente.


Los ojos de María se abrieron a causa de la sorpresa. ¿Él la había estado siguiendo?


—Pero, ¿Por qué?
—Desde ayer decidí seguirte. No me parecía seguro que vinieras sola para estas tierras. Ya vez que es bastante peligroso —la soltó y se subió al caballo. Le tendió la mano para ayudarla a montar también. Pero María
 no se la dio enseguida.
—¿Me perdonaste, Álvaro? —le preguntó. 

El la miró fijo. Él en realidad no estaba enojado, solo confundido. Había decidido alejarse de ella para aclarar un poco sus pensamientos. Soltó un suspiro.


—Vamos a la casa y hablaremos más tranquilos.






Hola amores!!!!

Espero que os haya gustado el nuevo capítulo y espero como siempre vuestros comentarios.

Gracias por leer.

Besos, María.

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